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29 octubre 2008

Experimento Social: “Contagio y transmisión de la ignorancia a terceros”

En la sección de hoy de Experimentos Sociales, relataré una anécdota personal concreta que ilustra como una falacia, producto de la ignorancia, puede llegar a difundirse en apenas unos minutos a terceras personas en un constante contagio de gilipollez. 

El siguiente caso real se desarrolla en el tren Altaria trayecto de Madrid a Cádiz que circula gran parte de su recorrido por vía de alta velocidad. Unos kilómetros antes de su llegada a la ciudad de Sevilla, donde actualmente acaba la vía del AVE, debemos hacer una parada técnica de unos 15 minutos para la adaptación del eje de ruedas al ancho de vía convencional y poder continuar así nuestro camino… Según nos aproximamos al apeadero de adaptación, el tren aminora su marcha hasta detenerse y suena por megafonía la voz del azafato de abordo que avisa de la parada técnica:

13:03 
[MEGAFONIA] – “Señores pasajeros vamos a realizar una parada técnica para la adaptación al ancho de vía convencional”. La rapidez del discurso provoca la siguiente conversación:
[IGNORANTE 1] ASIENTO 7D VENTANILLA– “No sé lo que ha dicho… no me he enterao”
[IGNORANTE 2] MUJER DEL IGNORANTE 1, ASIENTO 7C PASILLO, - “…pero se ha parao…”  - dice mirando a su alrededor – “¿Pasará algo?”
 [IGNORANTE 1] – “No sé… ahora vendrá alguien…” – esperando calmar a su preocupada señora quien tampoco entiende el motivo de la parada y ya empieza a sospechar que no era programada.

 13:04 
Ante el silencio de su marido, la señora finalmente reconoce no entender el motivo de la parada:
[IGNORANTE 2] – “Pero ¿por qué?...” – dice extrañada, para continuar infiriendo – “a ver si es que se ha roto algo…”

En este momento de la conversación, el [IGNORANTE 3] del asiento 6B pasillo, que ha oído la conversación, con boina y un palillo de dientes en la boca (prueba de su graduación en la licenciatura de Ingeniería de Estructuras Técnicas Ferroviarias), le responde:
 [IGNORANTE 3] – “Estamos paraos pa cambiar la máquina” – dice en tono contundente para continuar explicando – “…viene una y nos quitan la otra.”
[IGNORANTES 1 Y 2] – “Ahh…” – respuesta al unísono que denota tranquilidad por haber saciado su desconocimiento.
A este punto de la conversación, se ha completado la primera fase del experimento, la difusión de una falacia, producto de la ignorancia del sujeto 3, y su contagio a los sujetos 1 y 2.

Al rato, y mientras todavía crujen las ruedas del tren que readaptan su eje, y sin que ninguna “maquina nos quitase la que teníamos”, suena el teléfono móvil de [IGNORANTE 1].
13:08
[IGNORANTE 1] –“¿Sii….?.... aquí, en el tren…..  – y haciendo uso de su recién adquirida cultura, comenta - …que estamos paraos pa cambiar la locomotora….”
[EXPERIMENTO COMPLETADO] El mensaje se ha transmitido a terceros.

21 octubre 2008

Pero... ¿Cuántas pesetas son?

Parece mentira como después de casi siete años en nuestros bolsillos, el euro parece no haberse hecho todavía un hueco en nuestras vidas. Es curioso como muchos de nosotros seguimos utilizando expresiones como “pelas”, “cuatro duros”… y aún tenemos la extraña necesidad de traducir, especialmente las grandes cantidades, a la antigua moneda.

Después de las campanadas del 31 de diciembre del 2001, todos los cajeros automáticos dispensaban ya los nuevos billetes, ridiculizados por muchos en su día como “los del monopoly”. El euro entró a formar parte de nuestra economía irremediablemente y muchos bolsillos se resintieron ante los temidos redondeos, generalmente al alza, que todo pequeño comerciante y autónomo aprovechó desde el principio en su propio beneficio.

Es ahora, casi siete años después, cuando nos asombramos si casualmente un billete de mil o dos mil pesetas pasa por nuestras manos y aprovechamos para recordar lo felices que fuimos cuando nuestros padres nos daban “veinte duros para chucherías”. Hoy por hoy, con el equivalente en euros, 60 céntimos, apenas logramos comprarnos un par de chicles, y muchos culpan de la actual crisis económica a ya remarcado redondeo al alza que todos quisieron aprovechar.

Indistintamente de la situación económica real, o del recuerdo nostálgico en el que todo tiempo pasado fue mejor, nadie cuestiona ahora tener en su cartera otra moneda que no sean los coloridos billetes que comparten ya 15 países en Europa, y que 31 estados en todo el mundo utilizan como moneda oficial. La peseta pasó a mejor vida y hoy sólo cotiza el cambio en los mercadillos de coleccionistas de la Plaza Mayor. Sin embargo muchas expresiones de nuestro lenguaje, referidas a la peseta, siguen vivas y se oyen cada día: “eso vale cuatro perras”, “la pela es la pela”, “eres un pesetero” y otras muchas frases hechas nos hacen recordar que el valor del dinero es relativo cuando no tienes “ni un duro” en la cartera.

A decir verdad, son los ancianos y la gente mayor quienes más han notado la diferencia. Ellos que en su día ya vivían con céntimos, tuvieron que volver a hacer un cursillo acelerado para acostumbrarse a la nueva moneda europea, y los más avispados en matemáticas pronto controlaban con destreza las tablas de conversión (…mejor incluso que muchos de nosotros). La seguridad que les da el controlar cuánto dinero gastan se ha perpetuado hasta hoy, y todavía hacen mentalmente “la cuenta de la vieja” para saber en pesetas a cuanto está el kilo de tomates.

Aunque desmitificando la entrañable escena de la abuela que cuenta con los dedos, muchos de nosotros sabemos que también necesitamos tener un referente, especialmente cuando superamos los 6.000 euros, o lo que es lo mismo, el millón de pesetas. ¿Hay quien no ha tenido la tentación de pensar cuantos millones son los 16.500€ del último Seat Ibiza? y una casa de 246.000 euros, ¿Cuánto es eso? Hasta en según qué supermercado suelen señalar todavía en el ticket de compra el precio total del consumo en pesetas bajo el título de “contravalor”… y la pregunta es ¿Hasta cuándo seguiremos pensando, aunque sea inconscientemente, en pesetas?

07 octubre 2008

Poesía: "Oh!, brisa de la desgracia"

Sentado un día en la parada,
esperando mi autobús,
pensé mientras llegaba:
"¡¡Coño, el metro-bus!!"

Saqué así mi monedero
para poder pagar,
preparándome el dinero
que al busero le iba a dar.

Saqué un billete de veinte
esperando obtener cambio,
pero un soplo, de repente,
se los llevó volando.

Corrí tras mi dinero
que el viento se llevaba.
Corrí y corrí el primero
por si alguien me los robaba.

Giré la esquina en una vuelta
y tropecé con una abuela...
Va la vieja y me suelta:
-"Uy, que se te vuela!"

Mis euros se me iban
volando en la lejanía.
¡¡Y como se los llevan!!
Por más que yo corría.

De pronto, descendieron
y perdí todos mis miedos.
Por un momento acariciaron
la punta de mis dedos...

Y ya pensando recuperar
el tan preciado billete,
un gran salto fui a dar
sin ver que había un poyete.

La mala suerte quiso
que detrás hubiera un hierro.
Y al lado, en el piso,
una gran mierda de perro.

La caída fue importante,
del golpe no me acuerdo.
Pero sí que vi a al instante
que acabé como un cerdo.

Me hice daño en una pierna,
perdí toooooodo el dinero,
y en la mano, con mas mierda,
que el palo d´un gallinero.